Reseña Rosario Castellanos

BALÚN CANÁN
VOZ DEL PENSAMIENTO INDÍGENA


Ana Zambrano Meza

Rosario Castellanos nació en la ciudad de México el 25 de mayo de 1925. Sus años de infancia y adolescencia los vivió en Comitán, Chiapas, hecho que habría de determinar una buena parte de su creación literaria al ser la realidad que contempló y compartió en esta entidad el eje principal de las narraciones que, sobrecogidas siempre por una dosis de crítica y denuncia social, más tarde la convertirían en una de las mejores exponentes de la literatura mexicana del siglo XX. Poeta, novelista y promotora cultural, la trayectoria de Rosario llegó a convertirla en embajadora de México en Israel, donde falleció electrocutada el 7 de agosto de 1974.
En la obra total de esta autora pueden distinguirse a golpe de vista las temáticas que mayor fuerza le dieron a su palabra. Principalmente, y para fines prácticos de esta reseña, nos centraremos en el ideal femenino y la perspectiva indigenista, siendo ambos los cimientos sobre los cuales descansa la trama general de Balún Canán (que significa “Nueve estrellas” y hace referencia al actual Comitán).
Al tener como narrador en dos partes del libro a una niña de siete años, se descubre la intensión de la autora por arrebatar de la inocencia una indignación capaz de traspasar todo oído, toda mirada, cada humana desesperación. Balún Canán es el grito que se entona para demostrar la desigualdad existente en la nación mexicana de los años cincuenta. Los conflictos de raza, clase y sexo son evidenciados en cada uno de los personajes, de tal suerte que el resultado final es un retrato donde todos, posicionados de lo que les corresponde, miran al lector para decirte: “Esta es lo que somos”.
La diferenciación hecha entre el hombre y la mujer (el dueño que somete a la hembra cuya única tarea es parir y mantener con vida a un hijo varón capaz de preservar el apellido), entre el hijo y la hija (siendo esta última inútil, intrascendental mientras el primero exista) y entre el blanco y el indio (el domina y el que es dominado), son los hilos de tensión que tejen la historia con gancho de furia y miedo.
Así, vemos en la familia Argüello a los blancos acaudalados, poseedores de los indios necesarios para cada una de las tareas que en su entorno y por su causa se desarrollan. Pero incluso entre ellos hay una fragmentación que vuelve conflictiva la convivencia. Existe un hombre (César), el señor de la casa que se preocupa, malamente, de tener conformes a los indios para que éstos no le provoquen un daño a su cosecha; está la mujer (Zoraida) la pobre que se hace rica, que no tiene voz pero reniega, que está inconforme de todo pero busca, a toda costa, cumplir con su deber de madre (madre del hijo varón); está la niña, invisible pese a ser la primogénita, amparada por la sombra fría de un hermano menor, el que se lleva el calor de los brazos de Zoraida para dejarla a ella en el regazo de su nana: una india; está el niño (Mario) el varón que en su muerte prematura rompe con la estabilidad de los Argüello; y está el bastardo (Ernesto), que lleva consigo toda la ambición y toda la inestabilidad de las almas tocadas por una traición y muchas privaciones.
Hablemos ahora de los indios. Estos personajes, movidos por las reformas legislativas hechas durante el gobierno de Cárdenas (reparto de tierras, apertura de escuelas rurales, salarios mínimos e igualdad ante la ley), buscan hacer valer sus derechos sin tener una razón real para hacerlo, sin entender por qué es necesario ser tratados de la misma manera que los blancos, sin estar convencidos de querer pagar el alto precio que la “ambición" de su desobediencia habría de traerles. Contemplamos así a los indios que saben el motivo que justifica el peligro y a aquellos que, tantas veces golpeados por la esperanza de una mejora, han decidido intentar a medias, casi diciendo que “no” sin poder renunciar, enteramente, a la causa de las masas, esa que se compone de su raza, de su propia sangre.
Es así como Rosario nos entrega el reflejo de una sociedad estructurada de manera equivocada y que por tanto, tales ramificaciones deben desaparecer. De nada sirve la desigualdad, de nada valen los roles, las razas o el sexo si el camino que se construye va siempre para abajo.
La crítica reconoce de esta obra la postura que apostó por una nueva visión de la narrativa indigenista. Ya no se trata únicamente de un narrador omnisciente que expone los conflictos establecidos entre dos sectores por prejuicios e intereses bajos, en adelante, el autor de esta literatura, tal y como lo hizo Rosario, procurará vestirse de ambas pieles, adentrarse en ellas, llegar a la entraña y desde ahí robar el pensamiento de cada perspectiva. Este es el mayor logro que se le atribuye a Rosario Castellano, haber expuesto lo que el indio (el ser inferior, el esclavo) pensaba y sentía. En Balún Canán se nos regalan las tradiciones de esta cultura, se nos cuenta de la necesidad por defender el Tzeltal (la lengua de los indios); nos describen esa superstición que era tan mal vista por los blancos; ahí está el Dzulúm (un animal terrible y maldito) llevándose a las mujeres al monte; los remedios, las tradiciones: la identidad de los indios, su lamento, su no entender pero sí necesitar algo mejor.
Tenemos a estos hombres con sus dos caras, esa que les dieron sus mayores (la raíz y la vida) y aquella que les fue impuesta por los españoles (la conquista y su tiranía). Son los indios siempre creyentes, más devotos de las divinidades impuestas por los blancos que ninguna otra raza, pero también, siempre supersticiosos, amantes de una magia extraña que atemoriza a quien no la conoce.
En esta obra de la narrativa mexicana del siglo XX encontramos una realidad completa, circular, que habla de lo que se puede y de lo que no, de lo que tiene estandarte de creíble y de lo que pasa por inadmisible. Habla de la realidad con toda su imposibilidad, habla de lo humano con su toque de levitación, habla de lo perdido y exhorta a la búsqueda de lo necesario.
Rosario, con ese lenguaje poético que se apodera del asombro de sus lectores y evoca un sin número de suspiros reflexivos, habla de la desigualdad en cualquiera de sus dolorosas vertientes, misma que, al fin y al cabo, siempre tiene como víctima al propio ser humano.
Balún Canán, enmarcada en el denominado “Ciclo de Chiapas”, alimentada por las vivencias personales de su autora, expone a una sociedad cuyo error, al momento de intentar formarse como homogénea, fue no tratar por el motivo correcto. El interés perverso, pese a estar disimulado, siempre será perverso y por eso mismo dará frutos muertos, inútiles.
Balún Canán demuestra históricamente (de más está decirlo) el por qué del levantamiento de los indios, el por qué de la necesidad de lograr una sociedad donde la igualdad renunciara a su traje de utopía para entregarse a la realidad que con tanta premura la estaba demandando.
Por último, para demostrar la relevancia que esta obra tuvo en el ámbito literario, conviene citar el pensamiento que José Emilio Pacheco tenía sobre ella: “La buena recepción crítica que tuvo en otros idiomas Balún-Canán contribuyó a abrir camino a lo que después se llamaría el boom de la literatura hispanoamericana”.
Balún Canán, la voz mestizamente indígena de Rosario Castellanos.


BIBLIOGRAFÍA:

• José Emilio Pacheco “Nota preliminar” (Castellanos, 1974: 12)
http://www.ensayistas.org/critica/generales/C-H/mexico/castellanos.htm
Fecha de consulta: sábado 06 de noviembre, 2010.

• Castellanos, Rosario. Balún Canán. México: Fondo de Cultura Económica, 2008. Pp. 286.

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